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Here are my short stories

POZOLE ROJA

El camino fue largo y aburrido la grava en el suelo raspando sus tobillos. Miro las mismas casas, perros, y gente sin nada que hacer excepto mirar con innecesaria insistencia. Caminó con mucha emoción aunque hace esto cinco días de la semana como ritual. Sin embargo hoy sería diferente porque quería tratar de montar el caballo que se había hecho amigo y conquistado durante algunos meses. El único problema fue que el camino allá se le hizo muy típico y se cansó terriblemente. Miró su reloj con un deseo de que el tiempo se fuera más rápido y sacó un cigarrillo largo. Manchando el cigarrillo con su pintura labial roja miró directamente arriba al cielo y vio unas nubes oscuras alcanzando su camino.

Justo al final del cigarrillo llegó al corral. Usualmente su amigo estaba ahí esperándola lista para ser saludado con sus manos delicadas. Entró por la puerta y caminó por el césped grueso y mojado. Estaba a punto de llamar por su amigo pero en ese momento se le ocurre que nunca le puso nombre al caballo. Se distrajo rápido cuando vio una casa en ruinas y sin pensar empezó a subir, jugando como una niña. Las ruinas se empezaron a mover bajo de sus pies, y cayó al vacío. Cayó encima de un nopal.

Su cabeza latía al ritmo de un tambor desdibujando el cielo y las nubes. Las espinas se hundieron en su espalda creando agujeros pequeños que lentamente sangraban. Ahí se quedó en un estado de shock, parecía dormida haciendo sopa de su sangre y tunas rojas que aplastó.

Abrió sus ojos para ver la lluvia pegando a su cara gota a gota. Se levantó y vio el color rojo pintando en el zacate. Sin pensar en sus heridas, empezó a buscar su caballo otra vez. Mientras miraba a su alrededor vio que el corral se veía diferente. La casa ya no estaba ahí y el portón desapareció. Y por donde caminaba no había final. Ya con mucho miedo oyó algo en la distancia, su cabeza empezó a latir de nuevo. El aire se puso muy pesado y los árboles crecieron más altos y fuertes. Se sentía más pequeña que nunca. A través del sonido de su tamborileo escucho unas voces de un lenguaje diferente, como náhuatl.

Rápidamente sabía que estaba en peligro, estaba siendo cazada como animal. Empezó a correr con mucha fuerza y confianza en su poder de correr. Volteó atrás y vio dos hombres. Vio la diferencia en los músculos, más definidos y grandes. Los hombres tenían más fuerza que ella físicamente y eran más altos. La diferencia fue que tenía mucho miedo, y dicen que con miedo corres más rápido. Así que corrió entre los árboles, escuchando los gritos de los hombres, repitiendo “Cholaua, Cholaua, Cholaua”. Pensó, qué chingados dicen? En ese momento se tropezó con algo y quedó en el suelo bajo los árboles.

Se levantó y vio la cara de una mujer desconocida. Inmediatamente pensó en su espalda perforada de las espinas. Tocó su espalda viendo su sangre en sus manos. La mujer le dijo que su casa estaba cerca y que le iba ayudar con su dolor, casi ni le oyó por enfocarse en la sangre. Empezaron a caminar en las calles con casi todo su peso sobre la mujer. Llegó a la casa de la mujer y vio que la casa solo era un cuarto con una cama, una mesa con dos sillas, la cocina, y un televisor nuevo. La sentó en la cama y tapó sus heridas. La mujer no dijo nada y empezó a cocinar. Miro como la mujer sacó maíz, sal, y chiles. Puso los ingredientes al lado de una olla curiosa. La olla estaba decorada con muchas piedras pequeñas color turquesa con un punto rojo en medio.

Le preguntó, “¿Qué haces?”.... “Pozoll” respondió la mujer.

“¿Y eso qué es?” pregunto muy confundida.

“Disculpe dije, Pozole” Le dijo sin emoción.

Se sentía muy rara ahí en la cama de alguien desconocida, su mente se sentía muy borrosa. Se sentía como que nada que veía era claro. Como si su mente no estaba conectada bien a su cuerpo. Solo podía entender el sentido de pánico que crecía lentamente. El vapor del pozole empezó a llenar el cuarto. Preguntó si podía abrir una ventana o algo pero la mujer no volteó y no dijo nada como si estuviera ahí sola cocinando. Se sentía ahogada de los olores y atrapada. Su corazón se aceleró y empezó a sudar. Cerró sus ojos, no sabía dónde estaba.

Despertó y solo veía árboles otra vez. No sabia que pensar, el olor del pozole se quedó penetrado. La confusión se apoderó de ella. Los hombres la atraparon. Uno la llevaba agarrada de los pies y el otro le agarró por el pecho y sus senos. Mientras la llevaban por el bosque ya no tenía miedo, hasta sintió paz. Empezó a reir y reir y reir y reir y reir y reir y reir y reir y reir y reir y reir y reir y reir. Los hombres sin emoción le vieron y siguieron caminando hacia adelante.

Entre muchos árboles apareció un templo hecho de piedras con muchas escaleras. Miro hasta arriba de las escalares y vio un hombre con una camisa gruesa sin mangas y un pedazo de tela colgando entre sus piernas. Cuando llegó arriba, los dos hombres se fueron y ahí estaba el sacerdote parado al lado de una olla decorada con muchas piedras pequeñas color turquesa con un punto rojo en medio. El sacerdote empezó a decir muchas palabras desconocidas. Las palabras le dio risa y empezó a reír otra vez. El sacerdote no le hizo caso y sacó una navaja de obsidiana. Dejó de reír y cerró sus ojos. Por los próximos minutos sintió la navaja apuñalando su torso. Su corazón fue arrancado y aunque ya no estaba intacto sintió su corazón latir en sus manos. Cortaron sus pies, sus piernas, sus manos, brazos.... Cortaron todo hasta que solo era carne. Su sangre hizo una sopa debajo de ella. Tiraron su carne en la olla.

Escrito por Victoria Sigala